guiños

Mar. 30th, 2007 06:12 pm
sam_bluesky: Ianto Jones working (as in, reading a magazine) (Default)
[personal profile] sam_bluesky
Título: Guiños (terriblemente original, verdad? ¬¬U No se me ocurría nada, y como es una palabra que aparece varis veces en el texto...)
Autor: [livejournal.com profile] sam_bluesky
Universo: Ragnarok Online
Entrega: 1 / 1 - relato corto
Palabras: 1426
Sumario: Un novicio se encuentra con alguien durante sus rezos (yo que se! Es algo corto, no os moriréis por leerlo ¬¬U Bueno, no mucho ¬¬U)
Notas del autor: dedicado a Leo, porque no todo en esta vida son collejas :P Crossposted, hasta en atomic XD

Las voces del coro reverberaban armónicamente por las paredes de la Catedral, magnificando el misticismo de la estancia y de las voces infantiles que se alzaban en busca de Amril, aclamando su grandeza y misericordia divina.
Sentado en uno de los bancos de vieja madera, acurrucado con las rodillas en el pecho fuertemente abrazadas, Leiss se había dejado llevar por el canto en su oración, y ahora tan sólo prestaba atención a la melodía y a la calidez que el coro le transmitía. Hipnotizado por el conjunto, siguió en esa especie de trance incluso cuando el coro terminó su ensayo y se disolvió en un conjunto desordenado de pasos a la carrera, risas y comentarios en voz demasiado alta para la quietud esperada en el templo.
El silencio cayó como un manto sobre la sala, dotándola de una atmósfera de recogimiento acrecentada por el universo de colores en que la luz del atardecer se convertía al cruzar las vidrieras que abarrotaban por doquier la Catedral. El rosetón parecía haber cobrado vida, con los Siete Ángeles anunciando el regreso a Prontera del Rey Tristan I y los héroes de la Guerra de Hace Mil Años.
Un tirón sacó al joven novicio de sus pensamientos, rompiendo ese momento casi epifanístico, y devolvió su mente a la realidad como un jarro de agua fría rompe el sueño feliz de un estudiante en medio de una clase tediosa. Leiss bajó la vista hasta que se topó con un pequeño Vanilmirth descansando a su lado, con las antenas que le hacían las veces de ojos fijas en su rostro y su blando cuerpo de babosa bailoteando incluso aunque estuviera quieto.
- Hola, pequeño -dijo Leiss al homúnculo, mientras lo acariciaba con la zurda.
El gesto debió agradar a la criatura, pues emitió una serie de gorgoteos que sonaban a pompas de jabón estallando que podría interpretarse como algo parecido al agradecimiento. Pese al aspecto viscoso del Vanil, su tacto era en cierto modo placentero, aunque extraño en primera instancia, así que el joven no retiró su mano de inmediato.
- ¿Y de dónde has salido tú, chiquitín? -preguntó como quien le pregunta a los perros sabiendo que no recibirá respuesta.
Los homúnculos no eran obra de la Naturaleza, incluso algunos miembros de la Iglesia seguían diciendo que ni tan solo eran obra de Dios y, por tanto, tildaban de herejes a quienes practicaban esa rama considerada prohibida de la alquimia. No hacía más que unos años que se había levantado el veto sobre la técnica de la creación de homúnculos, y solo a raíz del descubrimiento de unos ensayos que trataban sobre el tema y se creían perdidos durante la Batalla del Homúnculo y la ulterior Caída de Yuno, por lo que aún eran pocos los que se atrevían a desafiar a un sector importante de la opinión pública y de los mandatarios. Algunos llamaban valientes a los Alquimistas y Bioquímicos que tomaban estos caminos; otros sencillamente les deseaban la más horrible de las muertes a manos de sus engendros sacrílegos.
Pese a todo, la ciencia de los homúnculos aún era joven y, por tanto, las criaturas dependían en gran manera de sus creadores, lo que hacía complicado que los homúnculos escaparan al control del Gremio de Alquimistas. Así que Leiss supuso que el dueño del Vanil no debería andar lejos.
Levantó la cabeza y prácticamente se topó enfrente con una gran cara sonriente que parecía salida de la nada. Enmarcado por un lacio cabello castaño, el rostro de un hombre de edad indefinida le sonreía abiertamente, mientras uno de los dos ojos café que dejaban ver picardía y sagacidad desapareció un instante en un guiño cómplice. Leiss se puso colorado al instante y, sobresaltado, saltó del banco para alejarse por la sorpresa. Divertido, el hombre se sacudió en una carcajada silenciosa.
Ahora que podía estudiarlo más en general, lo identificó como un Alquimista por su uniforme: gran cantidad de esbeltos tubos de cristal colgaban de su cinturón, algunos llenos con líquidos rojos y naranjas, otros más bien azules, y un fuerte aroma a hierbas y productos químicos se desprendían de su piel impregnando el aire que lo rodeaba.
- Gracias por cuidarlo -el alquimista habló en voz baja y gentil, aunque se traslució parte del poder que ostentaba.
Y no acabó de decir eso que estaba rebuscando algo en su gran bolsa que llevaba colgada a un costado. Cuando lo encontró, le tendió una mano al novicio.
- Toma, por las molestias -y depositó lo que había recuperado con un guiño en las temblorosas manos del muchacho.
El joven sólo supo reaccionar poniéndose aún más colorado -lo cuál era un logro considerable- y tras luchar unos segundos con una lengua que parecía ocupar toda su boca logró balbucir un tímido "Gra... gracias" que apenas se oyó.
El alquimista llamó con un gesto a su homúnculo, que saltó al suelo y corrió como una exhalación en dirección al pasillo central, y se dirigió caminando tranquilamente tras la criatura. Leiss los siguió con la mirada, y reparó que, junto al carro de madera alrededor del cuál el Vanil correteaba inquieto, el padre Mareusis le estudiaba con gesto severo. ¿Llevaba allí todo ese tiempo? Avergonzado sin saber bien bien porqué, Leiss bajó la mirada y la clavó en sus pies como si fueran la Nueva Maravilla del Mundo.
Cuando el retumbar de los pasos se extinguió, el alquimista y el sacerdote cruzaron unos susurros, aunque gracias a la acústica de la sala Leiss pudo captar gran parte de su contenido entre la maraña de siseos amplificados por la resonancia de la sala.
- Gracias por todo, Padre.
- Al contrario, maese Leo, gracias a vos por sus pócimas azules. La Iglesia agradece poder trabajar con manos tan hábiles como las suyas.
Si Mareusis agasajaba tanto al alquimista, según la opinión de Leiss, realmente debía ser alguien importante. Mareusis llevaba tanto tiempo codeándose con los líderes de ciudades y regiones y la alta alcurnia de Rune-Midgard que no se molestaría en dedicarle más que unas secas palabras a alguien de baja cuna. ¿Quizá el tal Leo tenía algo de noble?
Estudió al alquimista desde un punto de vista diferente. ¿Noble? Bueno, le era difícil comprender que alguien que tenía acceso a riquezas y comodidad se dedicara a la alquimia, y más aún a una rama que levantaba ampollas en algunas cortes, aunque la excentricidad es proporcional a la cantidad de dinero que acumula una familia... Sin embargo, no parecía pertenecer a ese tipo de personas. El aura que rodeaba al alquimista no era precisamente la de alguien que había crecido entre cojines de seda rellenos de plumas de gansa, y sus gestos dejaban ver una fortaleza poco usual en los tiempos de comodidad que corrían. Aunque había algo en él extraño, diferente. En cierto modo, había algo casi... familiar. Era la primera vez que lo veía, de eso no cabía duda, y hasta que el Padre Mareusis no había mencionado su nombre ni siquiera lo sabía, pero... Había algo en él...
- Por favor, Padre, no me saque los colores delante de uno de sus novicios -Leiss se dio cuenta que ambos le estaban mirando, y que él seguía con la vista fija en el cogote del alquimista, que ahora le guiñaba de nuevo el ojo en un gesto de complicidad. El novicio estudió con renovado interés sus pies, avergonzado, pero curiosamente feliz por ese gesto.-, tengo una fama que mantener.
Entre risas y otros comentarios, que esta vez Leiss no logró desentrañar, ya fuera porque estaba demasiado avergonzado o porque el volumen había disminuido por debajo de lo audible a esa distancia, ambos hombres se alejaron pasillo abajo, con el homúnculo correteando a su alrededor, presa de una excitación mareante.
Solo en la estancia, de nuevo en silencio, notó que sus manos sujetaban algo fresco, y entonces Leiss recordó que el alquimista le había regalado algo. Abrió los puños con lentitud y dejó al alcance de la ahora casi escasa luz natural una gran Hoja de Smokie de un verde intenso y con la franja amarilla brillando como oro líquido.
- Leo... -se sobresaltó al escuchar una voz, sin caer en la cuenta que era la suya.
No podía entender esa sensación de familiaridad que tenía. Lo conocía, le decía una parte de él. Pero era imposible, no lo había visto nunca en su corta vida, no conocía a ningún alquimista, y menos a uno con homúnculo; sin duda se acordaría de alguien así.
Agarrando la Hoja de Smokie con fuerza, se arrodilló en el banco y siguió con sus rezos. Debía terminar antes de la cena.

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