bless his heart feat. ouch my poor feet
Apr. 24th, 2015 04:01 pmAyer tocaba bollywood después de la sesión monitorizada de gym, así que volvía en el tren sintiéndome una mezcla de cansado, meditabundo y hambriento.
Con las dos mochilas a cuestas, y esperando a que el tren parara en la estación donde me bajo, tenía la vista perdida en el horizonte. Ya sabes, como pasa siempre que te autocompadeces de tí mismo y te preguntas por qué no puedes hacer nada con tu vida y tus esfuerzos no son para nada y para qué sirve esforzarse y por qué no puedes esforzarte tanto como los demás y hay que ver qué bonito atardecer, que estás así como si creyeras que tienes una pose épica mirando en lontananza pero en realidad sólo pareces un amargado con sueño y una mochila de más a cuestas; hasta que alguien exclamó
—¡Conejos!
"Fascinante", pensé. Inmediatamente después me lamenté por ser TAN amargado que hasta algo así me provoca una respuesta sarcástica. Aunque no la pronunciara en voz alta.
—¡Había conejos en ese prado! ¿Los has visto?
Normalmente no suelo mirar a mi alrededor cuando la gente hace preguntas, porque entiendo que alguien que habla en voz alta lo hace con alguien que lo acompaña, no con un completo desconocido. Pero cuando no escuché la voz de ningún pequeño (que fue lo único que entendí que podía provocar semejante respuesta en un hombre), me asaltó una duda terrible, apocalíptica: ¿me estaría hablando a mí?
Sudores fríos me recorrieron la espalda, mis mejillas se incendiaron, y en general me puse bastante nervioso, hasta que cedí y miré hacia el lado del que había llegado la exclamación.
(Todo esto pasó en menos de un segundo. Es que cuando me autocompadezco la neurona se pone a full, rinde todo lo que no ha rendido en todo el día en la oficina.)
Pues estaba hablando conmigo. Me estaba sonriendo, risueño, feliz, realmente ilusionado por haber visto conejos en el prado que se ve cerca de la estación, y que queda bien cerca de la vía del tren.
—¿Los has visto? —me preguntó, sin perder la sonrisa.
Negué con una sonrisa lánguida, porque estaba tan hundido en mi propia miseria que no tenía fuerzas para vocalizar nada.
(Ya hablaré otro día de lo que me cuesta últimamente hablar con desconocidos, o con gente en general.)
—Qué lástima. Son tan monos —siguió, mientras yo volvía la vista al frente y la perdía en las nubes de nuevo—. ¿No crees?
Esta vez respondí sin mirarlo de nuevo, asintiendo varias veces lentamente mientras sonreía.
No soy una persona sociable, y menos cuando me siento un despojo. Así que desde que el pobre dejó de hablar de conejos y hasta que el tren se paró, cada uno volvió a pensar en sus cosas.
Y yo, por supuesto, ahora tenía una cosa más que echarme en cara: haberle chafado el buen momento al chico. Porque él no tiene la culpa de que yo esté muerto por dentro, lo sé, pero... Sencillamente no me quedaban fuerzas para cumplir con los protocolos sociales. Estaba agotado física y mentalmente, y derrotado anímicamente. No pude.
La única forma en que se me ocurrió pedirle disculpas por ser un ser escombro fue cederle el paso cuando abrí las puertas, intentando mirarle a los ojos y sonreír sinceramente.
Creo que quedó como una mueca disgustada, porque parece que tampoco sé cómo sonreír ya.
Espero que al menos la intención le llegara.
A veces en los trenes pasan cosas raras, pero no soy capaz de recordar la última vez que me pasó algo así.
Cambiando de tema, ayer una señora con un carro me atropelló el pie izquierdo. "Ay, perdona, estaba calculando las distancias con la parte gris y no me había dado cuenta que la rueda está dos palmos más hacia fuera", me dijo, cuando se me llevó el pie por delante, mientras ella trotaba por la calle alegremente y yo esperaba apoyado en la pared a que llegara la profe i abriera. Sant Jordi, la gente coge vacaciones, clases se cancelan, ya sabes, normalmente está abierto, pero no ese día. Porque, si hubiera podido esperar dentro, no me habrían atropellado el pie.
Después en clase me salieron unas llagas buenas en las plantas de los pies, por cómo doy algunos giros, y por hacerlo dándolo todo. Todo subcutáneo, pero ahí estaba la hemorragia y el dolor y las quemaduras por fricción.
Y al sacar los trastos para hacer la cena de ayer y la comida de hoy me tiré dos cazos encima del pie izquierdo. Por si aún estaba entero.
Adivinad quién tiene rutina de piernas hoy, tiene que andar varias horas mañana y tiene que bailar descalzo el domingo.
Por eso digo que en mi vida no hay problemas, hay DRAMAS.
Con las dos mochilas a cuestas, y esperando a que el tren parara en la estación donde me bajo, tenía la vista perdida en el horizonte. Ya sabes, como pasa siempre que te autocompadeces de tí mismo y te preguntas por qué no puedes hacer nada con tu vida y tus esfuerzos no son para nada y para qué sirve esforzarse y por qué no puedes esforzarte tanto como los demás y hay que ver qué bonito atardecer, que estás así como si creyeras que tienes una pose épica mirando en lontananza pero en realidad sólo pareces un amargado con sueño y una mochila de más a cuestas; hasta que alguien exclamó
—¡Conejos!
"Fascinante", pensé. Inmediatamente después me lamenté por ser TAN amargado que hasta algo así me provoca una respuesta sarcástica. Aunque no la pronunciara en voz alta.
—¡Había conejos en ese prado! ¿Los has visto?
Normalmente no suelo mirar a mi alrededor cuando la gente hace preguntas, porque entiendo que alguien que habla en voz alta lo hace con alguien que lo acompaña, no con un completo desconocido. Pero cuando no escuché la voz de ningún pequeño (que fue lo único que entendí que podía provocar semejante respuesta en un hombre), me asaltó una duda terrible, apocalíptica: ¿me estaría hablando a mí?
Sudores fríos me recorrieron la espalda, mis mejillas se incendiaron, y en general me puse bastante nervioso, hasta que cedí y miré hacia el lado del que había llegado la exclamación.
(Todo esto pasó en menos de un segundo. Es que cuando me autocompadezco la neurona se pone a full, rinde todo lo que no ha rendido en todo el día en la oficina.)
Pues estaba hablando conmigo. Me estaba sonriendo, risueño, feliz, realmente ilusionado por haber visto conejos en el prado que se ve cerca de la estación, y que queda bien cerca de la vía del tren.
—¿Los has visto? —me preguntó, sin perder la sonrisa.
Negué con una sonrisa lánguida, porque estaba tan hundido en mi propia miseria que no tenía fuerzas para vocalizar nada.
(Ya hablaré otro día de lo que me cuesta últimamente hablar con desconocidos, o con gente en general.)
—Qué lástima. Son tan monos —siguió, mientras yo volvía la vista al frente y la perdía en las nubes de nuevo—. ¿No crees?
Esta vez respondí sin mirarlo de nuevo, asintiendo varias veces lentamente mientras sonreía.
No soy una persona sociable, y menos cuando me siento un despojo. Así que desde que el pobre dejó de hablar de conejos y hasta que el tren se paró, cada uno volvió a pensar en sus cosas.
Y yo, por supuesto, ahora tenía una cosa más que echarme en cara: haberle chafado el buen momento al chico. Porque él no tiene la culpa de que yo esté muerto por dentro, lo sé, pero... Sencillamente no me quedaban fuerzas para cumplir con los protocolos sociales. Estaba agotado física y mentalmente, y derrotado anímicamente. No pude.
La única forma en que se me ocurrió pedirle disculpas por ser un ser escombro fue cederle el paso cuando abrí las puertas, intentando mirarle a los ojos y sonreír sinceramente.
Creo que quedó como una mueca disgustada, porque parece que tampoco sé cómo sonreír ya.
Espero que al menos la intención le llegara.
A veces en los trenes pasan cosas raras, pero no soy capaz de recordar la última vez que me pasó algo así.
Cambiando de tema, ayer una señora con un carro me atropelló el pie izquierdo. "Ay, perdona, estaba calculando las distancias con la parte gris y no me había dado cuenta que la rueda está dos palmos más hacia fuera", me dijo, cuando se me llevó el pie por delante, mientras ella trotaba por la calle alegremente y yo esperaba apoyado en la pared a que llegara la profe i abriera. Sant Jordi, la gente coge vacaciones, clases se cancelan, ya sabes, normalmente está abierto, pero no ese día. Porque, si hubiera podido esperar dentro, no me habrían atropellado el pie.
Después en clase me salieron unas llagas buenas en las plantas de los pies, por cómo doy algunos giros, y por hacerlo dándolo todo. Todo subcutáneo, pero ahí estaba la hemorragia y el dolor y las quemaduras por fricción.
Y al sacar los trastos para hacer la cena de ayer y la comida de hoy me tiré dos cazos encima del pie izquierdo. Por si aún estaba entero.
Adivinad quién tiene rutina de piernas hoy, tiene que andar varias horas mañana y tiene que bailar descalzo el domingo.
Por eso digo que en mi vida no hay problemas, hay DRAMAS.